Aunque Arenas se mueva con comodidad en los espacios míticos y los tiempos fuera del tiempo, podemos reconocer fácilmente en esta novela la Cuba de la dictadura de Batista, y su atmósfera casi surreal, en la que la muerte y la vida -los vivos y los muertos- se entrecruzan con barroca indiferencia. En El palacio de las blanquísimas mofetas asistimos a la tragicómica peripecia vital de la familia de Fortunato. Éste, cansado del interminable rosario de historias de amor de triste final, de vidas señaladas por la frustración y el vacío -cuando no por la simple locura-, decide un día jugarse el todo por el todo y unirse a los rebeldes de Sierra Maestra. Como en el resto de sus libros, también aquí el riquísimo e imaginativo lenguaje del autor nos sorprende una y otra vez por su inagotable vitalid ad y el mágico poder evocador de sus imágenes.