Uno de los posibles ritmos de lectura a qué Corazón de Buey nos conduce parece ser el de la observación: parar, mirar el poema, describir lo que se ve, acompañar sus desdoblamientos, seguir adelante. Eso si quisiéramos imitar el funcionamiento de los textos de este libro, que alternan meditación y descripción ¿Cómo mirar las cosas? ¿Lo que se ve y lo que se esconde? ¿Cómo ver lo que sobrevive y lo que desaparece? Y ¿Cómo nombrar lo que se ve? Algunas preguntas entran en un flujo que es, al mismo tiempo, continuo y pausado, y somos llevados a alzar los ojos de este mundo de papel para “observar las cosas que están cerca, a 30, 40 cm” e intentar hablar de ellas. El poema 2, compuesto por descripciones de acciones rutinarias que no acostumbran ser nombradas (como tomar un vaso de agua), termina con un gesto que, por definición, no se cierra: “continuar, continuar”, dice el verso final, llevando al lector hacia el texto siguiente y reforzando, con la repetición del verbo, esa idea de un flujo entrecortado por pausas. Marília Garcia