«Hay que vivir en alguna parte», nos dice la narradora de este libro que huele a sal, a humo, a sol cuando hay sol, y sobre todo a lluvia. Una lluvia escandalosa, luego fina y brillante, que acompaña el viaje interno y externo de una esta presencia sobrecogedora deja por momentos en segundo plano a las figuras humanas: «Están vivas las piedras como el océano lo está». Los vínculos se dibujan de manera tenue, como una trama de fondo que no es el centro ni se impone, sino que convive con las diferentes formas de vida. Hay un trabajo de escritura que hace foco en lo mínimo y en los mecanismos de la memoria cautivada por el mar, el horizonte, los colores.