El mandato del cuidado es casi un sacramento a la hora de ser mujer. Se espera que cuidemos, que la abnegación de nuestra anonimia sea una identidad. La protagonista de esta novela nos muestra el peor rostro del cuidado, aquel donde nuestras historias, nuestra piel, cuerpo y alma, están subordinados a vivir vidas subrogadas. Doris es la amalgama que une las historias a costa de la suya propia. Ama y cuida ajeno, en otro idioma y otra forma de la discreción que debe aprender a diario. Resguarda padres, militancias, hijos, secretos, dolores y efímeras alegrías. Ve crecer generaciones en su soledad acompañada. En lengua ajena, debe hacerse a sí misma y a los que están bajo su protección. Una novela que nos espejea, interroga y cuestiona el devenir. Nos enfrenta al despoblado abandono, donde el abrazo va escaseando con los años. La ternura retenida y demostrada, la complicidad de los afectos, mundos en que entramos atisbando, en puntillas, para no desbaratar el mandato del cuidado