El narrador desea y se resiste a encontrar trabajo hasta que se transforma en el vendedor de una librería ubicada en un mall. Corre para llegar a la hora, corre para estar sano y proteger una vitalidad que le permita subsistir. No tiene grandes ambiciones: disminuir el número de mudanzas, cuidar a su gata, dormir bien, cultivar un puñado de relaciones. Corre para hacerle frente a un «amo invisible y omnipresente», a clientes irrespetuosos y comprensivos. Corre para registrar ideas como chispazos y compartir lecturas de Marco Aurelio, Simone Weil, Juan Emar. Corre para mantener a raya su temor: «Que los términos “sobrevivencia” y “comodidad” se intercambien, muten». La escritura íntima de este diario —no exento de afectos y autorrecriminaciones— configura un faro frente a los quehaceres, proyectos y miedos que a ratos le pasan por encima: «El texto y la bondad, es decir, esto, seguir con esto, escribir, insistir en lo inútil, pero también abrirme, ir hacia el otro, centrado siempre en esa intuición que me acompaña desde que busqué dirección aquí dentro».